Parece que se han tomado en serio esto de que los museos son un espacio de Kultura (y contracultura). Cualquier mentecato que se precie, no desaprovecha la oportunidad de ir con el colega y el inevitable cámara (ya sea amigo o de medio de comunicación afín a la causa) para ir a joder, lo que para el resto de visitantes debería ser una placida visita artistica , hoy experiencia cultural.
La distorsión del concepto cultura como un totum revolutum en el que cabe todo, se empieza a convertir en una falacia enmascarada en la que esta doble agresión indiscriminada al ciudadano basándose en el pueril y caprichos porque yo lo digo o me sale de los cojones es intolerable.
Digo doble agresión, porque si bien el acto vandálico museístico es ya por si, una agresión contra el patrimonio universal de todos, además debe sumarse la violencia gratuita a la que se somete indirectamente al visitante cuando experimenta un acto agresivo en su entorno.
Es probable que el visitante haya escogido un museo para alejarse de la absurda y violenta realidad que le rodea. Sería democrático que incluso no estuviera de acuerdo con los postulados y más que razonable que además se diera una reacción de autodefensa si ve agredido de manera sorpresiva.
El ciudadano se transforma cuando entra en un museo. El museo esta en la categoría de espacios en los que se aprecia el recogimiento que se respira en un funeral, en una catedral gótica y en la delegación de Hacienda. Un museo puede llegar a sobrecoger. A mi por ejemplo, se me sobrecogen los huevos en el Museo de Orsay, el Museo subacuatico de Cartagena y el cementerio de niños de Caligari.
En estos sitios uno puede esperar cualquier cosa. Recuerdo por ejemplo en Paris, en pleno confinamiento cuando por casualidad me metí en la Madeleine y me encontré un funeral a Johnny Holladay, su viuda y media docena moteros setenteros o cuando una colega tuvo un amago de orgasmo cuando entró conmigo en una sala de Puerto Franco en Ginebra y pudo tener en sus manos un Leonardo auténtico. Todo siempre dentro de un orden y con la discreción debida.
Ahora bien, que pagues una entrada en un museo para estar tranquilo con tus fetiches y te encuentres de repente con una movida de niñatos gilipollas pegando gritos, tirando sopas y el personal de seguridad corriendo de un lado a otro, agobiados y sin saber que hacer, es otro asunto. Hay quien podría incluso, víctima fruto de los nervios y el cabreo, incluso darle un bofetón a alguno de los soplapollas de los gritos y las sopas si le pilla cerca la movida. Supongo que más de uno lo ha pensado y quien diga que no, miente como un bellaco hipócrita.
Cuando uno paga una entrada, paga el derecho a que le dejen en paz durante dos o cinco horas. Compra el tiempo de disfrutar, como el que va aun concierto o a una cabina de un Peep Show y si usted no sabe lo que es un Peep Show, vaya y pregúnteselo a un cura, que seguramente habrá confesado a más de uno por ir a alguno.
De las decenas de variantes que definen cultura escojamos la de UNESCO: Conjunto de los rasgos distintivos, espirituales, materiales y afectivos que caracterizan una sociedad o grupo social. La cultura engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, creencias y tradiciones.
Mis derechos como visitante de un museo se vulneran con la violencia de otros. Mis valores cívicos como ciudadano no son los mismos de los que actúan agresivamente en un espacio público, pero debo aceptarlo como una manifestación social propia de mi cultura.