Editorial

¿El gran Falsificador ha muerto?

EDITORIAL

Sábado 30 de marzo de 2024

No pero casi. Tenemos en mente cuando hablamos de falsificadores a hermosos jóvenes a los que San Lucas, patrón del de los pintores, ha bendecido con el don del pincel y siendo auténticos genios en el asunto, les da por jugar al chico malote y en vez de intentar vender su obra, se ponen a crear versiones de obras maestras de museos internacionales para que un ladrón de un cambiazo.

Luego está el osado que convenientemente asesorado pintará las “obras inéditas encontradas en un sótano” que tanta ilusión del hacen al nuevo rico ilustrado. Ya conocen mi opinión sobre esto. Cosa de películas de canal de pago y novelas de aeropuerto.

El mundo de la falsificación es mucho más amplio y no necesariamente pasa (casi nunca, actualmente) por vender “piezones” de arte de dudosa procedencia. El mundo de la falsificación va dirigido al verdadero coleccionista mitómano y éste busca piezas curiosas.

El problema es que un buen coleccionista normalmente, sabe y conoce. Es un experto en su afición y no es como Phill Collins que para llenar su Museo del Álamo, está tan chalado como ir a Chihuahua a comprar el sable original del general Santa Ana o el cuchillo que llevaba James Bowie en la famosa batalla, sin saber que en Chiuahua, los hacen en serie esperando a al gringo idiota de turno.

Lo que se vende por ahí son objetos difíciles de rastrear y comprobar, pero sobretodo con el atractivo mitómano de haber “pertenecido a” o “ser de”.

Como Perito he visto de todo se lo aseguro y lo que más me ha sorprendido no son las piezas, sino la creatividad de las mismas. Como el replicante de Blade Runner afirmo Yo he visto cosas que vosotros no creeríais”. Muchas dan asco por lo bizarro del objeto, otras por lo inverosímil que resulta que se haya conservado después de tantos años.

No me refiero a guarrerías como los paños del parto malogrado de la reina María de las Mercedes o los calzoncillos de Alfonso XIII. En Menorca me enseñaron un orinal de Lady Hamilton y en Tolousse un rascador de pelucas de marfil (para piojos) que perteneció a Robespierre. Y la lista seguiría…

Han sido momentos gratificantes en mi vida profesional que me han demostrado por un lado, que el ser humano es genial en su permanente superación por vivir del pufo y por otra, que la realidad supera a la ficción en esto del frikismo.

Esta profesión de perito tiene el riesgo de que el experto pueda perder el sentido de la realidad ante tanto disparate y finalmente, lo asuma como normal.

Los más interesantes son los objetos que proceden del mundo del arte y por tanto, incluso la gente puede poner precio, como un pincel de Velazquez (1 millón). Al menos me han enseñado 23 Paletas de Sorolla y la más barata a 55.000€. Un cerdo me pidió tasar unas uñas de Picasso y ahora han pillado a un americano que vendía bloques de madera diciendo que eran las planchas de xilografias de Durero y Holbeim el Viejo por mas de 200.000 dólares.

Como decíamos, este tipo de objetos pertenecen al ámbito de la mitomanía que obceca al coleccionista. No obstante, en el último caso del americano que vendía las supuestas planchas de Durero, todo apunta que el comprador las adquirió con la intención de emplearlas. Es decir , hacer grabados falsos con planchas falsas.

En este caso me pregunto ¿Tiene el tallador derechos sobre las obras falsificadas hechas con sus planchas? Pues sinceramente: Debiera

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