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Vicente Fernández Salmerón

La controversia en la atribución artística

Donde dije digo, digo Diego...( recurrente refrán exculpatorio del mercado del arte)

Por Vicente Fernández Salmerón
sábado 09 de julio de 2022, 20:38h
Mater sempre certa est
Descansaba la muchacha que leía en la ventana en la pinacoteca de Maestros Antiguos en Dresde sabedora de quien era su padre (se rumoreaba que el maestro holandés Rembrandt) después de finalizado el acogimiento temporal por el Príncipe de Cariñena en París allá por 1747.
Alguien diría que no era la primera vez que trataron de cambiarla de hogar para con otros lugareños, aunque sin éxito. Pero, cuál sería su sorpresa al descubrir que su auténtico progenitor no era otro que Johannes Vermeer, y no solo eso, sino que además había tenido un hermanastro, un Cupido eliminado del árbol genealógico tras desaparecer papá. Sí, y es que pasó de ser hija del caprichoso maestro holandés a descubrir su auténtico ADN y, además, recientemente, a verse sabedora del hermanastro que le arrebataron, y que ha sido desvelado tras una minuciosa cirugía sobre el barniz y los pigmentos. Sí, la lectora bañada por la luz no estaba sola en esa habitación, sino que estaba acompañada por el Dios del Amor.
Innumerables son las ocasiones en las que obras maestras cambian de padre (porque Mater semper certa est, ¿o no?) lo que pone en un delicado lugar a los expertos que señalan al responsable de que nazca la criatura. ¿En qué lugar quedan esos expertos con los cambios de autoría? ¿Qué hace que se produzcan esos cambios? ¿Cómo afecta a los poseedores privados que pensaban tener una creación de Raphael y ahora solo pueden decir que cuentan con una gran obra anónima?.
Sin restar importancia al mercado del arte y la repercusión económica para las casas de subastas y coleccionistas privados, surge nuevamente el fantasma del capricho de unos pocos con respecto a obras que antes se apellidaron Velázquez y ahora están huérfanas, o peor, de poco abolengo. El connoisseur, el ojo experto (¿de buen cubero?), el estudioso que entra en una suerte de éxtasis ante la admiración de pinturas, eso sí, desprovisto de herramientas objetivas, científicas y tasables, se convirtió, y sigue, hoy día, encargado de ese Registro Civil que da nombre y apellidos a pinturas. No nos engañemos, no sólo afecta a pintura clásica sino también a movimientos del siglo XIX y XX.
Quién le diría a la hija de Monet que, pese a tener prohibida la entrada al estudio de su padre durante más de ocho años, se convertiría en gran conocedora de sus pequeños. ¿Y qué me dicen de la madrastra de Jean Michel Basquiat?
Jueces y partes. Familiares, amigos, expertos, quieren llevar un archivo sin haber opositado a ese Registro, y sin siquiera ser familia política, que ya es de juzgado de guardia. Esto de la atribución no deja de ser una profesión de riesgo. ¡Qué digo!, una tómbola, una hipótesis, para nada un hecho comprobado, sino que se pone a prueba (debe hacerse) y se modifica constantemente. Y es que donde se instaura la subjetividad del estudio estilístico, irremediablemente, existe inseguridad. Y no es una cuestión del prestigio ni experiencia del experto, porque ahí estaba Pedretti, y sigue Kemp, ambos de reconocido prestigio y no siempre de acuerdo con la paternidad de Leonardo.
Dijo Jonathan Brown que la única forma de solventar el problema “es redefinir las categorías de atribución ampliando los posibles veredictos sobre la autenticidad, de manera que al «sí» y el «no» se añada el «quizás», aplicable a los casos en que los expertos no consiguen ponerse de acuerdo”. Quien no se consuela es porque no quiere.
Ya saben, si quieren ingresar en una gran familia, solo tienen que leer muchos libros y ver muchos Museos, eso sí, céntrense en a qué estirpe quieren pertenecer para evitar enloquecer.
Y es que queridos, ¡a la familia no se la elige!
· Por Vicente Fernández Salmerón, es Director Arte ICCD, Experto en Grafística, Documentoscopia y Análisis de soportes y materiales
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