La ficción presenta al Detective como un profesional entregado al cliente. El Philip Marlowe de Chandler le acuñaba como viandante: ‘por las calles canallescas sin ser un canalla’. En la Pinkerton Detective Agency (PDA) de EEUU trabajaron Dashiell Hammet y Joe Gores antes de novelar sus casos.
Aquellos sabuesos, después literatos, ubicaban en el detective una alternativa creíble sobre la policía corrupta que servía al Sheriff, no al estado. El FBI surgió de las cenizas de la PDA. La agencia federal que tantas películas y libros ha generado, nació de un negocio privado. Su fundador, Allan Pinkerton, ya desbarató un magnicidio contra Abraham Lincoln en el Teatro Ford de Baltimore durante 1861. Fue imprescindible para tal éxito el olfato y talento de la agente de la PDA Kate Warne.
Pero esos detectives angloparlantes son lejanos a la mente latina española. Germán Areta, sabueso que encarnó Alfredo Landa (El Crack II) del cineasta José Luis Garci, definió su trabajo con ojo: ‘trabajo mucho, duermo poco y lo que veo no me gusta’.
No obstante, el detective del siglo XXI real se aleja del libro y la pantalla. La irrupción digital trasformó su praxis. La calle y sus fuentes no son ya su único recurso. Este detective es desconocido de una sociedad, la española, que etiqueta demasiado, que ningunea más de lo debido.
¡Spain is different!
Dos órdenes ministeriales (de 1951 y 1974) controlaron al detective en el franquismo. En 1980 la UCD de Suárez publicó la ‘Orden de Rosón’, en honor al que fuera Ministro del Interior. Reguló al detective, exigió diplomatura universitaria para obtener licencia. A las trasgresiones sólo suspendían o definitivamente ésta.
Los gobiernos de Felipe González, en 1992, y de Mariano Rajoy, en 2014, publicaron sendas Leyes de Seguridad Privada (LSP). Tal norma ubicó al Detective junto a vigilantes, escoltas y guardería rural más sus uniformes, porras, esposas, etc…. Lo lógico sería el Detective regulado por el Ministerio de Justicia. Su quehacer consiste en iluminar a quien juzga con evidencias para acusar, absolver, demandar, replicar o pactar. Sendas LSPs acogen un excesivo articulado punitivo. La autoridad se decanta ahí por controlar más, por multar. Y no perdamos de vista que saber es poder. La información que fluye se codicia, como vemos, desde distintas poltronas.
Obviamente, ni durante el franquismo ni en días democráticos el detective español tiene licencia para investigar delitos públicos o ex oficio. Sólo los privados (secuestro, calumnia, injuria…) o semi-públicos (agresión, coacción….) puede investigarlos los detectives si está legitimado. La verdad es que en sus informes se queda en la puerta de juzgados y comisarías ante presuntos delitos societarios, fraudes privados o, en general, trasgresiones que carecen de violencia y sangre. Esa impunidad sigue presente.
Otro tema, hoy polémico, es la tropa de Criminólogos que se gradúan en distintas universidades españolas. Mayoría tras engancharse a teleseries, novelas y libros de la policía científica. A estos graduados les vemos en TV opinando sobre sumarios criminales vivos sin recato. Si son tertulianos sabelotodo dictaminan sin pudor sobre hechos criminales, repetimos sub iudice, o declaran haberlos investigado vulnerando a las claras la facultad, exclusiva y excluyente, policial que actúa bajo orden judicial. País!.
Detectives del arte
El famoso detective de arte Arthur Brand recuperó un cuadro de Vincent van Gogh de 1884 robado en 2020 de un museo de Países Bajos. Actuaba por cuenta de una aseguradora. El sabueso entregó el lienzo a sus dueños. Antes concluyó que la obra ‘ha sufrido daños, pero, a primera vista, todavía está en buenas condiciones’. Misión cumplida. Fue claro sobre el negocio del arte. Declaró: ‘El mercado del arte trata del dinero, no de la belleza’
El detective barcelonés Jorge Colomar (Agencia Investigator) lleva décadas aclarando delitos archivados por la Justicia, tras carpetazos policiales. En TVE2 presentó, durante dos temporadas, Guardianes del patrimonio. En sus capítulos desfilan casos criminales sobre nuestra historia, esculturas, cerámica, cuadros, iglesias, palacios…. Detalla, con orgullo, la profesionalidad de las policías españolas. Y el consabido oficio de la Benemérita (Guardia Civil), en temas de patrimonio artístico. Los ‘malos’ no se salen con la suya, tras el olfato policial y la lupa detectivesca.
Quien suscribe, junto a Colomar, somos acaso los únicos investigadores privados españoles que investigan asuntos que abordan el mundo del Arte. Prueba de ello es EL FALSIFICADOR DE FRANCO (Samarcanda, 2023). Ahí destapa servidor una trama que ocultó el franquismo. Sobre un copista genial (Eduardo Olaya) distintos mercaderes hicieron millones (Andrés Moro, Stanley Moss, J.A. Llardent…) desde Sevilla, en Madrid y la galería neoyorquina de Moss. La red expolió y exportó lienzos de clásicos patrios y plagios. Cuelgan en colecciones, museos y galerías estatales del mundo
El aporte, el grano de arena, del detective al cosmos del arte es fácil de imaginar: localización de obras, documentos y personas; peritación documental; informes de solvencia, patrimoniales, laborales y financieros. También, lograr pruebas judiciales para documentar derechos de autor, competencia desleal, apropiaciones, rapiñas en herencias y divorcios, incumplimientos contractuales y un largo etcétera en el campo de la investigación privada.
La oferta del detective en el complejo mundo artístico hace rentable contratarlo. Prima invertir en estos profesionales sobre la incertidumbre y perjuicios que causan el fraude, el engaño y no saber lo que se debe para actualizarse sobre la verdad más sustantiva. Detectives privados y Arte irrumpen como pareja de hecho. Hay compromiso mutuo.
Juan Carlos Arias es Detective Privado y Escritor
Con Licencia de Detective nº 249
Dirige la Agencia ADASPAIN
autor de "EL FALSIFICADOR DE FRANCO"