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"El ladrón de arte. Una historia real de obsesiones y crímenes". Michael Finkel (Ed. TAURUS)

(Foto: © Ed.TAURUS).

CRITICA

Desmontando mitos sobre el buen ladron de arte.

Martes 16 de abril de 2024
Stéphane Breitwieser nunca hizo negocio con las piezas robadas

Pedro García- Ramos Ortega, Crítico

Enfrentarse a la biografía de un ladrón de arte de renombre tiene sus riesgos, sobretodo si al delincuente lo han convertido en héroe previamente o lo han tratado de “chaladito” de manera condescendiente. En el caso de Stéphane Breitwieser todavía es más complicado, porque no robó para lucrarse, sino para satisfacer su Ego.

Michael Finkel en su ensayo novelado El Ladrón de arte (Ed.TAURUS) no ha caído en la trampa fácil de beatificar al ladrón que roba sin provocar daños, sino de identificar sus motivos y tal vez lo más importante: Dar un toque de atención a esos pequeños museos que no cuentan con los mínimos requisitos de seguridad.

Ciertamente Stéphane Breitwieser es un personaje desconcertante como ladrón de antigüedades. El autor a través de los especialistas que tuvieron que analizar al tipo, desvela los verdaderos motivos de su comportamiento en un relato que si no tuviésemos conocimiento real del alcance de sus robos a lo largo de siete años, sería prácticamente una novela de aventuras. Es el relato que este ladrón que quiso construirse en su cabeza. Un desafío.

Precisamente el autor insiste en ello. Este libro no es una novela de aventuras, ni Stéphane Breitwieser es un aventurero, sino un ladrón calculador y que padece una psicosis criminal derivada de su narcisismo, por las que el lector no debería sentir ningún tipo de remordimiento ni empatía.

Michael Finkel escribe con el dinamismo objetivo del redactor norteamericano, dejando al lector que digiera con que protagonistas se enfrenta: Un ladrón, su novia y su madre. Un terceto de opereta que viven modestamente en la casita de una ciudad dormitorio francesa en cuya buhardilla se acumularon más de 1.400 piezas robadas por simple placer de robarlas. Una novia que comparte la misma pulsión cómplice y una madre que cuando se ve asediada por la policía, comete un crimen mayor que el de su hijo: Destruir piezas de arte y antigüedades de valor incalculable.

Michael Finkel cuenta el episodio con la misma amenidad y elocuencia que el relato entero. Se percibe un trepidante lenguaje audiovisual, que desde luego va a terminar en una serie de estas de pago.

El Ladrón de arte, no es un libro más sobre robos de arte, sino que debería ser tomado en consideración como un espejo por conservadores de pequeños museos para que asuman los riesgos, y evalúen si sus instituciones se pueden enfrentar a un narcisista como Stéphane Breitwieser y para los expertos asuman que no sólo las grandes piezas están peligro. Los responsables de seguridad deberían tener el libro en la mesita de noche para no olvidar que cualquier objeto valioso, por pequeño que sea está en peligro.

El riesgo de un Copycat de Breitwieser es evidente e inevitable y Michael Finkel en su “El Ladrón de Arte” lo único que esta haciendo, es avisarnos.

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