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José Antonio Blasco

“Traductor, traidor,” … también en la arquitectura

domingo 23 de junio de 2024, 10:00h

La pintura y la escultura sufren el paso del tiempo. Para contrarrestarlo están los conservadores, sofisticados especialistas con amplios conocimientos técnicos y altas dosis de paciencia, que se afanan en restituir las obras a su estado casi original. La literatura también se ve afectada por el tiempo y, además, por el espacio.

Las lenguas evolucionan modificando vocabulario o expresiones. Esto provoca dificultades para la comprensión de los textos en las generaciones posteriores a las de su escritura. Algunas ediciones se llenan de notas para intentar explicar lo que un autor quiso decir siglos atrás y, por la misma razón, para hacerlos accesibles directamente, se reescriben versiones que actualizan giros y palabras, a veces sin ningún rubor. Asimismo, dado que los diversos territorios cuentan con idiomas distintos, se hace imprescindible traducir a los escritores de lenguas ajenas para ser entendidos.

Todo esto implica cambios, a veces tan radicales que desvirtúan la obra de partida. “Traduttore, traditore” dice el adagio italiano acusando a quienes realizan esa delicada labor. Claro que esto solamente es una cuestión trascendental para las obras de calidad y, particularmente, para los clásicos, que han sido reconocidas por su calidad excelsa. A pesar de todo, la gran ventaja de la literatura es que, aunque las actualizaciones o traducciones puedan ofrecer dudas, la obra de referencia siempre está allí, a disposición de quien quiera y pueda acceder a ella.

Otras artes tienen más suerte. Por ejemplo, la música instrumental, que se libra de estas disputas porque la composición original es re-creada cada vez por los intérpretes. En cambio, en la arquitectura, el problema es más comprometido al agravarse por su particular naturaleza, que conjuga arte y funcionalidad. Así lo recordaba Adolf Loos en 1910: “Un edificio debe complacer a todos, a diferencia de una obra de arte, que no tiene que dar gusto a nadie. La obra de arte es un asunto privado para el artista, pero el edificio no. La obra de arte viene al mundo sin ser necesaria, sin que haga falta, pero el edificio, en cambio responde a una necesidad”. Esta exigencia obliga a los edificios a reaccionar y a adaptarse con los cambios de época. En cierto modo, la rehabilitación arquitectónica es como una “traducción” en el tiempo.

El tiempo es enemigo de los edificios. La ruina y la obsolescencia los amenazan. Desde luego, está el ineludible desgaste material, pero hay otros cambios que cada sociedad solicita. Para seguir “viva”, la arquitectura se ve forzada a ajustarse a requisitos inéditos. Algunos edificios son incapaces de ello y acaban derribándose. Los que pueden remodelarse sufren actualizaciones tecnológicas, aplicación de nuevas exigencias normativas o ajustes programáticos. Es una ley implacable.

Demoliciones o transformaciones radicales están a la orden del día sin que eso suponga ningún inconveniente, salvo cuando se trata de edificios destacados. Porque igual que la literatura identifica sus clásicos, la arquitectura también celebra sus iconos culturales, señalando los edificios singulares que deben integrarse en el selecto club del patrimonio a conservar. Pero a diferencia de las obras literarias, en las que el original convive con sus versiones, en la arquitectura el original desaparece fagocitado por su versión, puesto que los edificios sufren metamorfosis irreversibles (en condiciones normales).

Y esto conlleva riesgos, especialmente en la renovación de las obras de referencia que requieren intervenciones muy cuidadosas. Por supuesto, en los ejemplos históricos más eminentes el respeto es extremo (como sucede con los integrados en el meritorio catálogo del “patrimonio de la humanidad”). Pero la arquitectura moderna se encuentra en otra tesitura.

En la arquitectura moderna, salvo excepciones, no corren en paralelo el reconocimiento recibido y los grados oficiales de protección, de modo que muchos edificios, que fueron innovadores, seminales, magistrales, distintivos, representativos, en definitiva, muy destacables por sus aportaciones, se encuentran en un estado de gran vulnerabilidad ante el menosprecio del mercado. Estos son los que más esfuerzo solicitan porque su permanencia en ese Olimpo cultural depende del criterio de su “traductor” que, como en el caso de los buenos traductores literarios, debería estar presidido por la humildad y el respeto hacia el original.

Eso no siempre sucede con la rehabilitación de edificios modernos sobresalientes y suelen levantarse controversias. A veces parece que ciertas actuaciones no dedicaron el tiempo suficiente a la investigación y a la reflexión, que son las bases de la comprensión y la empatía con el edificio. Son el único modo de asimilar las causas que llevaron a ese edificio a ser identificado como referencia. Solo así se puede intentar preservar sus valores compatibilizándolos con la obligada renovación. Pero, a veces, esto parece ir en contra de los tiempos.

El mercado presiona con plazos y presupuestos, incluso con alteraciones sustanciales en búsqueda de singularidad y otros aspectos vinculados al marketing. Tampoco ayudan las exigentes responsabilidades que maniatan la creatividad y atemorizan a los profesionales, reacios al riesgo que conllevan las soluciones imaginativas. Incluso algunos equipos son más bien voraces máquinas productivas, que se ven abocadas a gritar “¡más madera! sin pararse a pensar si el rumbo seguido es el correcto. Afortunadamente hay actuaciones magistrales, algunas de las cuales proponen atrevidos diálogos con el original, pero hay otras que eliminan sus valores y sepultan el edificio en la banalidad.

Estas consideraciones surgen a raíz de la polémica derivada de la rehabilitación de los edificios Trieste I y II de Madrid, un apreciable conjunto de oficinas que ha sido “actualizado” despojándolo de los valores arquitectónicos que poseía. Se podía hacer porque nada lo impedía, aunque este caso esconde una ironía particular porque el disgusto de quien critica la intervención es similar al que, en su momento, el “traductor” (que también es “escritor”) tuvo cuando una obra suya fue objeto de “actualización” por parte de otro profesional, poniendo el grito en el cielo sobre la propuesta ejecutada.

La controversia se irá desvaneciendo, como ha sucedido con otras similares, pero da que pensar sobre la propia arquitectura y sobre la sociedad en la que vivimos. No será ni el primero ni el último edificio de interés que desaparece, algo que afecta de manera preocupante a la arquitectura moderna. Se podrían recordar derribos vergonzantes, ruinas premeditadas, mutilaciones increíbles, dudosas rehabilitaciones o mutaciones escandalosas. Pero el tiempo, siempre acaba apaciguando el ruido, aunque convendría que no agotara la furia para seguir reivindicando buenas actualizaciones para la buena arquitectura.

José Antonio Blasco

Arquitecto

Edificio Trieste I y II en 1973 (revista COAM)  -
                  
Edifico GENERALI en 2023 (Arch Generali)
Edificio Trieste I y II en 1973 (revista COAM) - Edifico GENERALI en 2023 (Arch Generali)
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