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EDITORIAL

Un monumento soviético a la amistad entre Letonia y Rusia  durante su demolición 2019.
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Un monumento soviético a la amistad entre Letonia y Rusia durante su demolición 2019. (Foto: © Gleb Garanich)

Bye, Bye Lenin…

¿La Memoria Histórica se vuelve Histérica?

jueves 15 de junio de 2023, 10:59h

Leo que en los países del este, el antiguo bloque del Pacto de Varsovia, no van a quedar monumentos de la era soviética. Se habla de rusofobia, se habla de negacionismo o se explica con un concepto que en España se ha esgrimido desde que se sacó de manga José Luis Rodríguez Zapatero y que ha continuado con “éxito” Pedro Sánchez”: La Ley de Memoria Histórica, que según como, quien y donde, degenera en Histérica.

Los países del este a partir de 1989 iniciaron su desovietización y con ello, la eliminación de los vestigios de su pasado comunista o de la ocupación soviética, dependiendo quién lo tire abajo.

El monumentalismo soviético exterior fue excesivo, la verdad y desde 1946 hasta los años 80, superaron los 4.000 monumentos y en aquellos países que plantaron cara, como Polonia, Checoslovaquia y Hungría tuvieron taza y media de recordatorio de líderes revolucionarios recordando quien mandaba realmente, pero no se olvide que tres cuartos de la población comulgaba con aquella doctrina, aunque no bebiesen Cocacola (pero si Bestsvetnaya koka-kola) ni participasen en Eurovisión, evento que ya no tiene maldita gracia, desde que los gays de los países del este, se votan entre ellos.

Los memoriales dedicados al Ejercito Rojo y sus propios caídos contra la opresión nazi configuraron ciudades y parques y te los encontrabas en cualquier paraje inhóspito, para que hasta las vacas se enterasen de quien había ganado la guerra. Algunos son impresionantes y hasta bellos en su brutalidad.

Todos tenían consideración de monumento nacional protegido y también tenían un autor o autora como Aleksandr Matveev, Vera Mukhina, Sergei Konenkov, Joseph Chaikov, Ivan Shadr, Evgeny Vuchetich, Matvei Manizer, Sara Lebedeva y Ekaterina Belashova, todos fruto de su tiempo. Todos artistas reconocidos.

Bueno, pues todo esto y más desde la guerra de Ucrania lo van a tirar abajo por Rusofobia.

Con cualquier ley negacionista o cancelacionista me reboto. Negar el pasado no lo va a eliminar. Asumirlo no significa bendecirlo, sino entenderlo para que no vuelva a pasar y tal vez, sea importante conservar algunos monumentos para que nos quede claro por donde nos cayeron las collejas y por la autoria de los mismos (si se sabe). Pero eliminarlo, por cuestiones ideológicas me parece primario y oligofrénico, como cualquier censura. De hecho, cualquier cancelacionismo me parece una censura, en si misma. Y no quería meterme, pero tan absurdo, como la hispanofobia americana contra la colonización española.

Entiendo que lo de tanques conmemorativos en las plazas puede ser hasta amenazante y que tanto Lenin y Marx, agobian (En Polonia había casi 600), retirarlos y meterlos en un parque temático me parece lo adecuado o que los customicen para el día del Orgullo, no se, cualquier cosa para que permanezcan pero ya no amenacen.

El monumento es un homenaje y ahi entramos en un terreno no delicado, sino asqueroso, como es el de la clasificación ideológica revanchista, en el que el populacho y la turba irracional, espoleada por líderes mesiánicos sicópatas son capaces de quemar iglesias, destrozar templos Camboyanos, derribar budas en Afganistán, sodomizar con un palo el cadáver de Gadafi, profanar tumbas o vandalizar Brasilia. Y me dejo no se cuantos más…

Tirar monumentos abajo es tan antiguo como los mismos monumentos y claro aqui nos olvidamos, que esto de las estatuas valía y vale una pasta, así que como siempre, han sido los cabrones de los romanos, los que han demostrado su genialidad: Las estatuas del periodo imperial se les podía cambiar la cabeza, respetando la ejecución artística del resto del monumento y su emplazamiento y las estelas donde estaba el escrito el nombre eran sustituibles.

Ya envenenasen, degollasen, ahorcasen a un tirano o un senador, nada de tirar abajo todo el monumento, se cambiaba la cabeza por la del nuevo y a ver cuanto duraba el siguiente. Práctico, económico y funcional.

Pero para esto hay que ser romano y no un cateto sicópata…
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