Hay hechos objetivos: Primero. El Museo Nacional del Prado (MNP) recibe en 1991 un legado milmillonario. El abogado de éxito Manuel Villaescusa Ferrero fallece en accidente vial durante 1991, a los 69 años. Instituye heredero de sus bienes, valorados en unos 7.000 millones de pesetas (42.070.847 euros), al importante museo español para completar colecciones y adquirir el retrato Condesa de Chinchón de Goya.
Segundo. En 1993, la pinacoteca compra cinco cuadros, por casi 700 millones de pesetas (4,204.085 €) del Legado Villaescusa al marchante neoyorquino Stanley Moss. Ese año, José Milicua (1921-2013), Catedrático, escritor y perito en Arte, se convierte en Vocal permanente del Patronato-MNP que aprueba dichas adquisiciones.
Tercero. En los 60s del siglo XX el Tribunal de Defraudación y Contrabando (1952-1968) multó a Moss y Milicua con millonarias sanciones, por exportar ilícitamente obras de arte españolas tras esquivar pagos aduaneros.
Entonces ¿El Prado empleó el legado de Manuel Villaescusa para comprar lienzos a un contrabandista de cuadros sancionado décadas atrás? ¿Es casual que José Milicua, amigo y socio de Stanley Moss, estuviera en el Patronato de la más importante pinacoteca española en el momento de la compra?.
¿Cuadros auténticos o falsos?
En abril de 1960, cuando Stanley Moss y José Milicua son multados, se desarrolla en España la secreta Operación Sevilla. La redada policial detuvo en dicha ciudad al copista Eduardo Olaya (1921-1974) y a su marchante, Andrés Moro (1924-1999); en Madrid a Moss, José A. Llardent, Emilia Casanovas y Virginia Guitián, y Astasio Egea. El último almacenaba las copias. Se suicidó tras ser llamado por inspectores de la Brigada Criminal. Fue el Inspector José Arias (1914-1992) y padre del firmante, quien acabó revelando en Sevilla la verdad de Olaya, tras las excusas de los demás.
Los testimonios obtenidos por Arias de Eduardo Olaya, pues fue el único policía que no apaleó al pintor, homosexual y criminal habitual, revelaron una red de falsificación y contrabando de piezas del Greco, Zurbarán, Murillo y Velázquez. Estaban implicados tanto Moss como Milicua. Inclusive, el olfato de Arias localizó un bodegón de Velázquez en el Pardo, adquirido (‘sin pagarlo’) por Carmen Polo, esposa del Generalísimo.
La obra El falsificador de Franco (Editorial Samarcanda, 2023) destapa los pormenores de la Operación Sevilla y sitúa obras que Stanley Moss habría vendido en museos y colecciones de varios continentes. En dicho trabajo se plantea la hipótesis de que cientos de cuadros vendidos por Moss a importantes coleccionistas y museos podrían ser falsos. Ningún Museo, ni coleccionista contactado, aporta pruebas de originalidad ni trazabilidad creíble de ciertos lienzos.
En abril del 2023, el director Miguel Falomir, firmó una Resolución vía Portal de Transparencia-MNP que detallan las adquisiciones realizadas a Stanley Moss por las que se pagaron casi cuatro millones de euros de hoy. Los cuadros comprados a este tratante con fondos del Legado Villaescusa fueron: Anónimo de “Isabel La Católica” (40,7 millones de pesetas/ 240.000 €), “Una Fábula” del Greco (504 millones /3,029 millones de €), “Ángel Custodio-Santa Úrsula-Santo Tomás” de Francesco Buoneri (21,7 millones/130.420 €), “La última Cena” de Luis Tristán (20,4 millones/122.606 €) y “Santa Cecilia “de José de Ribera (20,3 millones/122.005 €).
La web del MNP indica que solo Fábula del Greco y el retrato anónimo de Isabel La Católica están expuestos. De tales lienzos aparece una mínima ‘hoja de ruta’ según su ‘ficha técnica’ en el museo estatal. El lienzo atribuido a Doménico Theotocopoulos sobrepasa la lógica. Aún y así, expertos consultados coinciden en el sobreprecio pagado por el Prado en 1993, de algo más de 3 millones de euros de hoy, por una obra tan pequeña (no mayor que un folio).
En el caso del óleo La última Cena, obra de Luis Tristán -discípulo del Greco- fechado hacia 1620, el MNP sólo cita como procedencia al galerista norteamericano: ‘Adquirido a Stanley Moss, Nueva York, con fondos Empresa Fervisa -Herencia de Manuel Villaescusa, 1993’. Desde que, supuestamente, fue pintado en 1620 hasta 1993 es una incógnita dónde estuvo el magnífico lienzo. Y encontramos otra casualidad: Eduardo Olaya fue compulsivo copiando obras del Greco, los pintó hasta en las cárceles que conoció a lo largo de su dilatada vida de trasgresor nato.
Stanley Moss y José Milicua, trayectoria intensa
El pasado de Stanley Moss es muy curioso: practicó el contrabando (así se lo etiquetó la policía del franquismo) y adquirió mucha obra a Andrés Moro, marchante principal de Olaya. La identidad del conocido ‘art dealer’ figura en numerosos atestados policiales españoles como recurrente ‘pirata’ del arte entregado a la exportación ilegal de obras hacia su galería neoyorquina. Así fue mientras duró su intermitente y longeva estancia española en los años 50 y 60. En Italia también hizo lo propio liquidando la Colección Contini-Bonacosi y otras a museos y coleccionistas de renombre.
Stanley Moss implantó una sociedad con sus primeros miles de dólares en 1959. Los cuadros los importaba una empresa instrumental, World House Inc. Las obras exportadas desde Europa eran reclamadas y pagadas por coleccionistas y museos. Se tasaban a precios simbólicos, o bien los originales pasaban por copias, según se explica en El Falsificador de Franco.
Ante preguntas, mensajes, llamadas y cuestionario enviado por el firmante, Moss guarda silencio. Invoca sólo tener “una edad”, según justificó en un perfecto español. Antes tuvo una concurrida galería en Manhattan tras repetir fiestas y eventos en un palacete-museo en Riverdale, exclusivo barrio al norte del Bronx.
En 1960, Stanley Moss fue detenido en Madrid a junto a sus compinches José A. Llardent, Virginia Guitián, Emilia Casasnovas en el marco de la Operación Sevilla. Mediaba la denuncia de una marquesa sevillana contra el copista Eduardo Olaya, proveedor del anticuario Andrés Moro, quien a su vez vendía en cantidad a Moss.
El ABC del 21 de abril de 1963 informó que Stanley Moss ‘exportó’ a Londres desde Mallorca en vuelo de la aerolínea BEA el óleo San Jerónimo en Penitencia de Goya. La tela la enrolló en un bastón. La obra se ‘perdió’ en la City un tiempo ofertándose al mejor postor. Desde 1970 se admira en el Norton & Simon Museum de Pasadena-California (EEUU). Aquella ‘hazaña’ le costó a Moss otra multa del Tribunal de Defraudación y Contrabando de casi ocho millones de pesetas. No consta que fuese pagada. Por aquel entonces Moss tenía padrinos en Madrid dentro y fuera de la embajada norteamericana.
José Milicua Illarramendi, tras licenciarse en España y afincarse unos años en Italia, regresó a la Barcelona de finales de los años 50 y entabló amistad con Stanley Moss. Con el neoyorquino se acercó al negocio de las autenticaciones y pericias sobre el arte pictórico. Le vino el gusanillo del arte por vía paterna (Florencio Milicua fue un reputado anticuario bilbaíno).
Mientras, Stanley Moss forjaba durante los 50 y 60, su aura de ‘boss’ desde Barcelona, donde sobrevivía como profesor de inglés a domicilio, Milicua, por su parte, ejercía de perito de cuadros fuera de las aulas universitarias. Al marchante norteamericano se le quedó pequeña la Ciudad Condal, dejó las clases y se trasladó al Madrid de las élites, donde intimó con inversores y entidades amén de ser el perfecto anfitrión para millonarios de su país natal ávidos de clásicos españoles.
Milicua llegó a ser Catedrático de Historia del Arte (Universidad de Barcelona), numerario de la Real Academia de San Fernando, director de la Catalana de Bellas Artes de San Jorge y del Instituto Amatller de Arte Hispánico. Ha escrito y formado sobre la mejor pintura clásica y contemporánea europea a incontables expertos y alumnos en su densa etapa docente. En su hogar de calle Sant Pere albergó colección de obras maestras hoy desperdigadas. Entre su prolífica obra destacan los diez volúmenes de una proverbial Historia Universal del Arte.
En 1993 entró ‘por la puerta grande’ del Patronato del Museo del Prado, cuya Fundación de Amigos le homenajeó en 2008, olvidando y redimiendo quizá sus “pecadillos” de contrabando y colaboración con Stanley Moss y José A. Lllardent. Amén de lo publicado en ABC, se detallan las multas por pirateo del arte en el Boletín Oficial del Estado del 22 de marzo de 1966, pág 3404, del 16 de abril de 1963 -pág. 6331 y del 5 de marzo de 1968, pág. 3370. (Documentos adjuntos)
Hablamos de edictos que notifican multas, con evidentes artimañas dilatorias tras no localizar a sus destinatarios. La morada de Moss ante las autoridades españolas, era neoyorquina. Un abogado remataba la faena de aplazarlo todo con incontables recursos ante las millonarias multas, Algunas llegaron a prescribir.
¿Legado del despilfarro y corrupción?
Esta triste historia se focaliza sobre un legado, el del generoso mecenas póstumo Manuel Villaescusa. “Me llamó el presidente del Patronato y me dijo que había una herencia muy importante de una persona que había muerto [en 1991] y había dejado su herencia al Museo del Prado. Entonces con esa herencia pudimos comprar algunas obras importantes siempre con el apoyo unánime del Patronato”, dijo en 2018 acerca del Legado Villaescusa el que fuera director del Museo del Prado entre 1991 y 1993, Felipe Garín.
“El criterio seguido en la compra de las piezas ha tenido como meta principal, teniendo siempre presente la propia naturaleza e historia del Prado, el completar la colección del museo mediante obras representativas de escuelas y artistas no presentes en la pinacoteca, así como la de rellenar lagunas existentes de periodos y etapas significativas de los grandes pintores españoles”, dice la web del Instituto Cervantes. ¿La realidad sería otra?
Una nueva petición del firmante al Portal de la Transparencia-MNP el pasado mes de mayo, informó que de los 219 cuadros que se adquirieron con el Legado Villaescusa 98 son de autor anónimo. Las adquisiciones extraordinarias merecieron hasta una exposición de título 'Mecenas póstumo. El legado Villaescusa. Adquisiciones 1992-1993'. Una pregunta más: ¿Ningún/a técnico/a del MNP pudo acreditar la firma de tantos lienzos comprados ‘para completar colecciones’?
A partir de esos antecedentes preguntamos: ¿El Prado realizó, en 1993, las pertinentes pruebas sobre la autenticidad de las obras compradas a Moss considerando su pasado? ¿Por qué no aparece en la web del Museo del Prado la necesaria ‘hoja de ruta’ (Provenance) sobre los cuadros considerados como “autor anónimo”, “atribuido” o del “círculo de” adquiridos a través del Legado Villaescusa?.
Fuentes del Museo consultadas repiten que a quien suscribe que “todas esas obras tienen una bibliografía acreditada” según valoraciones de sus historiadores, documentalistas y conservadores. Sobre la autenticidad de las compras a Moss, Miguel Falomir, director del Museo de Prado, explica, escuetamente que esas pinturas “incluyen los respectivos informes técnicos acerca de la idoneidad de la obra” e insiste en que no se comparte la teoría respecto a la autoría puesta en entredicho. Quien suscribe siempre preguntó por pruebas de originalidad de los lienzos cuadros y su trazabilidad. Y ahí no hubo respuesta concreta.
A este respecto, desde el MNP se traslada –lacónicamente- que “no queda nadie” a quien consultar acerca de ello, refiriéndonos al Legado Villaescusda. Por esta razón “no se tiene ninguna opinión” respecto al uso de aquellos fondos.
La última pregunta es si Una Fábula atribuida al Greco o La última Cena a un distinguido discípulo de cretense, hubiesen sido obra de Eduardo Olaya, un genial pintor sevillano, pero un copista reconocido al fin y al cabo ¿No sería imperativo que se aclaren, de una vez por todas, las incógnitas que sobrevuelan lo obrado sobre el Legado Villaescusa?. Esperamos alguna repsuesta.
JUAN-CARLOS ARIAS es Escritor y dirige -desde 1983- ADAS DETECTIVES-Licencia 249 (www.adaspain.com)