Hace unas semanas en esta revista compartió servidor la oferta profesional y propuestas operativas del detective privado español acorde a normas vigentes.
Básicamente los aportes del investigador se centran en documentar incumplimientos contractuales y fraudes al seguro, trazabilidad, localizaciones y reposesiones de obras, dossiers sobre empresas y personas, contra-periciales, inventarios y valoraciones.
Hay interés y demasiados malentendidos sobre el detective patrio. Es un oficio que arrastra estándares, tópicos y estereotipos generados por la ficción fílmica y literaria. Por eso toca contextualizar al sabueso español con dosis de realismo que lo aleja del mito. Estos profesionales conocen de cerca historias malvadas o las contrarias, las presididas por la bondad humana.
Raymond Chandler escribió, definir al sabueso, en El Largo adiós (1953): ‘Por las calles canallescas va un hombre sin ser un canalla’. Añadimos del novelista casos prácticos que se ligan al Arte. Sin duda, navegamos a esa cara ‘B’ derivada de cualquier trato o conflicto entre personas. Ahí el detective es quien documenta e ilustra lo que jamás imaginamos. La realidad, créanlo, supera a la ficción.
En el libro EL FALSIFICADOR DE FRANCO (Editorial Samarcanda, 2023) servidor destapa una red impune de contrabandistas que operó la ruta Madrid-Nueva York. La lideró Stanley Moss, entre 1960 y 1995. Se colocaron, a precio de platino, en museos y colecciones privadas originales y copias perfectas de artistas clásicos españoles (Greco, Zurbarán, Murillo, Velázquez, Goya….)
La lupa de mi fallecido padre, el Comisario-Jefe de Policía Científica José Arias Galán (1914-1992) cuando era inspector, descubrió que un bodegón del Velázquez más logrado de la trama, lo compró la esposa de Franco. Doña Carmen Polo, La Collares fue famosa por su alergia a pagar sus más irracionales caprichos. No supo que esa ‘ganga’ de la que presumía en el Palacio del Pardo ante celebridades que lo visitaban era una copia que alojaba una doble venganza: la del copista Eduardo Olaya al anticuario que lo explotaba, Andrés Moro. Y la del citado mercader tras expoliarlo la esposa del Generalísimo.
Historias intrafamiliares
Quien suscribe investigó por cuenta de agraviados/as muchos conflictos de sagas familiares originados por obras de arte. Raramente se centran en lienzos con firma inventariados y tasados. Para que estas obras entren en el mercado es grave riesgo una denuncia previa de hurto o robo. Las ventas, cesiones o depósitos de cuadros de firmas consagradas se hacen bajo acuerdo de la propiedad, sea individual, societaria o familiar.
El cambalache aloja poco margen por la ‘hoja de ruta’ que tienen las obras de arte registradas y con dictamen de originalidad. Diferente son lienzos con menos valor y datos. Sobre estos hay valores sentimentales, legados familiares, codicia en estado puro o conductas insertas en el Código Penal: usurpaciones, falsedades, apropiaciones indebidas, hurtos, robos…..
Un caso de hace años empezó con un cuadro. Se descolgó mientras se oficiaba el funeral del difunto que lo poseía. No se esperó que integrar el inventario y lote que repartió la herencia. El cuadro, misteriosamente, ‘apareció’ tras el informe del detective. Se justificó todo por un préstamo para restaurar el cuadro que inventó la mente del ‘listo’ que lo aflojó. Algo parecido ocurrió a los ladrones de cinco lienzos de Francis Bacon robados en Madrid, en casa de José Capelo, en 2015. Cercados por la Brigada de Patrimonio de Policía Nacional devolvieron tres obras ‘misteriosamente’.
La rapiña premortem hace de las suyas en casi todas la familias sobre quien está cerca del cementerio o crematorio. Hablamos de sablazos sobre joyas, cerámicas, monedas de oro y plata, colecciones, alfombras, artesanías y ese largo etcétera que la codicia más irracional cree quedará impune. ‘Trincar’ sobre agonía del legatario es común. Los pretextos para apropiarse de lo que sea menester agotan el vocabulario.
Esa rapiña suele relativizarse bajo cortinas de humo peregrinas. Unas veces se invocan donaciones, en otras aparecen documentos autógrafos con dudosa originalidad; más veces se echan culpas a ‘ovejas negras’ familiares. También hay quien hurta o roba sin escrúpulo y culpa a ladrones, empleados domésticos, familiares, amistades lejanas, etc….
Hay más: las obras de arte de quien le flaquea la vida se perdieron en una mudanza, se ‘vendieron’ sin recibo, se prestó, regaló o se dio a no-se-sabe-quién…. Los que rapiñan dan excusas ingeniosas.
Otro tema son los manejos en los tiempos de la herencia yacente. Hablamos del lapso que transcurre entre el fallecimiento del legatario y cuando se adjudica y acepta la herencia. En tal plazo sucede de todo: Se minusvaloran objetos de arte, ‘desaparecen’ de inventarios los más valiosos o de los que no hay constancia gráfica. O también se ‘arriman’ al postor más potente sabedor que no habrá contraoferta.
La búsqueda de joyas a veces en las redes sociales hace bingo localizador. Lo regala la indiscreción de los rapiñadores. O bien aparecen en algún ‘compro oro’ o perista privado. El detective a veces no precisa alejarse la pantalla de ordenador o del móvil para resolver un caso como los detallados. Algunas llamadas cruzadas dan fruto cuando la lupa apunta a una apropiación o usurpación por parte del quien coge lo ajeno.
Subastas y compa-gangas
En el cosmos del trapicheo más vil sobre obras de arte hay espacio entre empresas de que organizan subastas públicas o bien ofertan en privado. El detective siempre apuesta por lo que jamás comprará. Su olfato sólo se acerca donde hay. Su informe acaba en legitimados o estos lo añaden a una denuncia policial. Estimados/as lectores/as, las gangas no existen. Sólo hay oportunidades sobre compras o inversiones. Quien no sabe lo que vende o desconoce el valor de lo que posee en el mundo del arte lo cobra muy barato por quien vende mucho más caro.
Otro ‘caso’ común entre detectives con experiencia en el mundo del arte son seguir las ‘hoja de ruta’ de alguna pieza valiosa. El anonimato de muchos compradores, testaferros y beneficiarios de pujas hace complejo seguir cualquier rastro. Pero, repetimos, la codicia más vergonzante aflora indiscreciones. Si, además, no se adoptan cautelas el detective tiene el ‘caso resuelto’. Es más, cuando bajan la guardia los ‘malos’ hay sorpresas.
El cliente artista
Un aparte a considerar es cuando el cliente es el artista. Entonces debe reforzar entendederas y cautelas el sabueso. El cosmos del creador es diferente al ajeno a este mundo. Pintores, escultores, escritores y artesanos son víctimas de fraudes, impagos, apropiaciones y un sinfín de adversidades que llegan al despacho del detective con frecuencia.
En el escalafón de clientela son ‘especiales’. Su rabia se suma a la vulnerabilidad que encarnan. El tesón del artista se oscurece cuando necesita resolver conflictos o problemas que les resultan incomprensibles. Quien crea no entiende ciertos asuntos terrenales, si se admite que el artista vive más allá, o sobrevuela, lo mundano.
Un caso difícil de olvidar fue el abuso de una galerista de un pintor compulsivo. Los cuadros se vendían como lingotes de oro y los pagaba en cobre. Cuando el detective compró cuadros y obtuvo recibo, el ‘caso’ se resolvió. Aquella evidencia del pago iluminaba el fraude a un pintor que no merecía ese timo.
El detective, sin quererlo, afloró lágrimas de impotencia del artista. Mediaban años de amistad, cenas, fiestas y complicidad con su marchante-galerista que le estafaba sin escrúpulo. El detective también fue el paño, el confesor de la rabia. Fue un ‘caso resuelto’ con huella.
Por favor, y por último, no asocien películas y novelas del género con el detective que puede ayudarle a invertir, ahorrar, obtener réditos y resolver problemas o conflictos. El investigador privado siempre está ahí. Decida con libertad a quien contratar. Evite la palabrería y a mediocres con trienios. Pídales la licencia del Ministerio del Interior en un despacho, no contrata en un banco del parque, en la barra de un bar o en el salón de un hotel. Los usurpadores e intrusos del detective son legión, y un ‘caso’. Pero esa es otra historia.
Juan Carlos Arias es Detective Privado y Escritor
Con Licencia de Detective nº 249
Dirige la Agencia ADASPAIN
autor de "EL FALSIFICADOR DE FRANCO"